domingo, 16 de julio de 2017

El mito mueve al hombre en la historia



El mito mueve al hombre en la historia

Alan Pelayo Soriano
Sartrereano1@hotmail.com

Sin un mito la existencia del hombre
 no tiene ningún sentido histórico.
José Carlos Mariátegui

INTRODUCCIÓN

Muchos han adjudicado al marxismo de un economicismo. Según ellos, el análisis marxista se reduce solo a las fuerzas productivas, al modo de producción, las formas de producción, el valor de uso – valor de cambio, trabajo concreto – trabajo abstracto, plusvalía absoluta – plusvalía relativa, etc.; y cómo esto se refleja de modo automático en la conciencia social, siendo ésta una mera expresión del hecho material. A toda acción hay una reacción. A toda acción material hay una reacción ideal.
Esta forma de concebir el marxismo expresa serias dificultades de compresión. Sufre de un gran desenfoque teórico, sin tener certeza de la relación adecuada entre el ser social y la conciencia social.
Podemos plantear ciertas hipótesis de porqué se tiene esa mala-comprensión. Puede ser por la posición de clase[1] que asumen de modo consciente o inconscientemente. Generando un rechazo a priori, a todo lo que es comunismo, izquierda o marxismo. También puede ser por la concepción metafísica del mundo, que es la concepción mecánica, estática y unilateral de cómo se concibe la realidad. Esto genera la mala interpretación de la concepción científica del proletariado. La primera hipótesis es política y la segunda filosófica; entre las dos hay una relación estrecha que se desenvuelven bajo intereses sociales. Esto puede tener ciertas repercusiones históricas – políticas.
En el presente trabajo no vamos a desarrollar estas hipótesis, porque nuestro interés principal es criticar y analizar si hay un determinismo economicista dentro del marxismo clásico[2]. Además, proponer que la conciencia social es una fuerza espiritual que mueve al hombre a realizar acciones heroicas y que esta tesis no es opuesta al marxismo, todo lo contrario, se compaginan en una relación dialéctica entre la conciencia social y el ser social, entre la superestructura y la estructura, entre el pensar y el ser. Y como la conciencia social, la superestructura o el pensar pueden cumplir un papel importante en los procesos históricos y sociales. Lenin manifiesta lo siguiente: “Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario.[3] Esto significa que la teoría tiene un papel importante en las acciones, y ésta tiene que guiar en base a una doctrina porque si no andarán a ciegas, cayendo en oportunismo y en una práctica vulgar. Lo que en política puede generar errores para la organización del proletariado, por eso “… solo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia.[4] Mao Tse Tung desarrolla esta tesis generalizando: “Cuando la superestructura (política, cultura, etc.) obstaculiza el desarrollo de la base económica, las transformaciones políticas y culturales pasan a ser lo principal y decisivo. ¿Estamos yendo en contra del materialismo al afirmar esto? No. La razón es que, junto con reconocer que, en el curso general del desarrollo histórico, lo material determina lo espiritual y el ser social determina la conciencia social, también reconocemos y debemos reconocer la reacción que a su vez ejerce lo espiritual sobre lo material, la conciencia social sobre el ser social, y la superestructura sobre la base económica. No vamos así en contra del materialismo, sino que evitamos el materialismo mecanicista y defendemos firmemente el materialismo dialectico.[5] En ese sentido, no solo está en la teoría, sino en la cultura, en la política y en el arte; que pueden ser instrumentos revolucionarios para transformar el alma de los hombres.
Es José Carlos Mariátegui uno de los grandes baluartes de esta exégesis marxista. Quien impregnó un sello original y creador a su pensamiento. Aportando una riqueza intelectual en sus diferentes facetas como político, analista o ensayista. Y en esta oportunidad vamos a rescatar su pensamiento de esa visión estrecha que le han adjudicado algunos intelectualoides a sueldo.
Entonces, para hacer esta defensa, el ensayo va a girar en torno a esta obra: El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy. En dicha obra encontramos la exaltación del élan, el mito o la religiosidad; y cómo Mariátegui trabaja el lado subjetivo, espiritual y la voluntad, dejando de lado esa visión rígida y mecánica. También, acudimos al pensador italiano Antonio Gramsci, que en su época tuvo que combatir ideológicamente con ese “marxismo” de corte positivista, esa vulgarización marxistoide de corte académico. Además de las obras de Nietzsche, Foucault, entre otras; para relacionarlo con las del marxismo.

EL DISCURSO[6] SOBRE EL REDUCCIONISMO “MARXISTA”.
En esta re-visión “marxista” hay un campo de enunciados que se relacionan entre sí, relaciones que construyen significación. Generando la desfiguración de la esencia del marxismo. Estos enunciados son: 1) Economicismo… Hablo, más bien, de una aproximación teórica específica que tiende a ver en las bases económicas de una sociedad la única estructura determinante. Esta aproximación tiende a ver todas las otras dimensiones de la formación social como un simple reflejo de “lo económico” a otro nivel de articulación, y algo que no tiene un poder estructurante o determinante en propiedad. 2) El reduccionismo teórico: simplifica la estructura de las formaciones sociales, reduciendo la complejidad de su articulación, vertical y horizontal, a una sola línea de determinación; simplifica incluso el concepto de determinación – que en Marx es una idea muy compleja – volviéndolo una función mecánica.[7]
Esto son dos enunciados que distorsionan el objeto teórico. Es una construcción dentro del campo discursivo que altera la doctrina marxista. Los orígenes los podemos encontrar en una situación clasista, aunque el mismo Foucault no lo quiso asumir, consideramos que en el fondo guía esta construcción discursiva. Son los intelectuales de la burguesía, que explícito o implícitamente, cumplen una función que es la de confundir, tergiversar y alterar la doctrina del proletariado; para desviar la lucha, la historia y el progreso social.  Que incluso, epistemológicamente, son capaces de afirmar que en la historia no hay leyes sociales. La razón es simple y sencilla: eternizar el statu quo y no predecir científicamente el cómo y el porqué de la destrucción del monopolio del capital.
Sin embargo, en el marxismo clásico no hay mecanicismo ni reduccionismo, esto es la visión metafísica del mundo. Filosóficamente, esto es incorrecto, va en contra de la dialéctica materialista, y de la ley universal: la unidad y lucha de contrarios. Donde hay una relación dinámica, interactuante e interrelacional entre dos polos contrarios; transformándose mutuamente el uno en el otro, siendo una lucha constante por predominar el uno frente al otro; pero siempre uno es dirigente y el otro subordinante y ese otro, bajo ciertas condiciones, pasa a ser dirigente; hasta resolver el problema concreto. En palabras de Carlos Marx sería así: “La coexistencia de dos lados contradictorios, su lucha y su fusión en una nueva categoría constituyen el movimiento dialéctico. El que se plantea el problema de eliminar el lado malo, con ello mismo pone fin de golpe al movimiento dialéctico. Ya no es la categoría la que se sitúa en sí misma y se opone a sí misma en virtud de su naturaleza contradictoria, sino que es el señor Proudhon el que se mueve, forcejea y se agita entre los dos lados de la categoría.[8] En esta cita podemos encontrar que el señor Proudhon no comprende la dialéctica, él solo lo ve dos cosas aisladas, que no tienen interconexión e interacción; por un lado está el mal y por el otro el bien, pero no comprende que el uno puede convertirse en el otro y viceversa. Esto aplicado a la sociedad sería, solo lo económico, pero no la ideológico; solo el ser social, pero no la conciencia social. Grave error que “los marxistas de salón” no han podido captar, tergiversando los principios del marxismo. En ese sentido Engels manifiesta:
“…Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta – las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas – ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma.[9]
Se entiende, que para el marxismo la conciencia social cumple un papel importante dentro del movimiento social e histórico, sin esto el hombre no puede luchar por alcanzar sus objetivos; su vida no tendría razón ni sentido que lo muevan para transformar el sistema de producción y reproducción del capital.

EL MITO COMO FUERZA REVOLUCIONARIA
Los grandes cambios históricos y el paso de una a otra sociedad no son productos de una fuerza divina trascendente, tampoco es la simple llegada de la crisis económica; porque si fuera así, los hombres esperarían, cómodamente en su sofá, la llegada de una nueva sociedad. La sociedad tiene otro onto. Su ser se desenvuelve de modo distinto a la naturaleza. Siendo la sociedad conformada por hombres, son estos, que en su libertad, conciencia y derecho, deben actuar para que el orden social se transforme en otro.
Para hacerlo el hombre debe poseer un mito[10]. Esto significa que los idealistas no son los únicos que tiene fe, también los materialistas la tienen. Para estos últimos, Dios ha muerto[11] o simplemente es un invento humano, y lo que existe en el mundo es solo materia en movimiento; pero a pesar de esto, no es impedimento para tener una esperanza, una creencia. La distinción cardinal con los idealistas es que la fe materialista no es trascendental – metafísica; sino social, histórica. Le pertenece a este mundo concreto, y va acorde con las leyes sociales. “Los motivos religiosos se han desplazado del cielo a la tierra. No son divinos; son humanos, son sociales.[12]
¿Pero qué se entiende por mito? Acudamos a Mariátegui y su ensayo El hombre y el Mito. Él es quien utiliza este concepto y lo acopla creativamente al marxismo. Mito, en primer lugar, no lo toma como un relato que se refiere a acontecimientos prodigiosos, protagonizados por seres sobrenaturales o extraordinarios. En segundo lugar, no tiene una acepción fantástica ni supersticiosa. Y, por último, no es a-histórico. Todo lo contrario, Mariátegui lo utiliza como idea – fuerza que conduce a los hombres al combate, como voluntad resuelta para la acción social, como una pasión que guía al ser humano, como una actitud psicológica que da sentido a la existencia humana. “Sin un mito la existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico.[13]  Pero no solo esto, en Mariátegui, el mito tiene una posición de clase y coincide con el proceso histórico. En sus palabras: “Lo que más neta y claramente diferencia en esta época a la burguesía del proletariado es el mito. La burguesía no tiene ya mito alguno. Se ha vuelto incrédula, escéptica, nihilista. El mito liberal renacentista, ha envejecido demasiado. El proletariado tiene un mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y activa. La burguesía niega; el proletariado afirma. La inteligencia burguesa se entretiene en una crítica racionalista del método, de la teoría, de la técnica de los revolucionarios. ¡Qué incomprensión! La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito.[14] Acá podemos apreciar, por un lado, que la clase burguesa, en esta época actual tiene la ausencia de ideales históricos que le puedan seguir enrumbado para el desarrollo de la sociedad. Sus ideales como la razón, la libertad, la igualdad y la fraternidad han caducado; pertenecen al siglo XVIII. Y podemos agregar en la actualidad al Postmodernismo, que niega toda verdad objetiva, las leyes sociales y la guerra al todo. En su contrario, tenemos al proletariado que tiene optimismo para seguir combatiendo, con toda esa voluntad creadora que le permite elevarse por encima de las demás clases para realizar lo que la historia lo demande. La verdad y la exégesis está del lado del proletariado que pugna por imponerlo.


CONCLUSIONES
El determinismo económico es la visión burda del marxismo. La burguesía lo impulsa para generar confusión dentro del movimiento social.
El marxismo no se reduce al ser social, también considera muy importante la conciencia social.
La conciencia social como fuerza transformadora de la sociedad.
El mito como ideas fuerza para realizar acciones históricas.
El mito tiene una posición social y va acorde con el desarrollo histórico.
El mito burgués está en decadencia.
El mito del proletariado tiene una fortaleza social y está lleno de optimismo.

BIBLIOGRAFÍA
-          Carlos Marx. La miseria de la filosofía. Editorial Progreso. S/F.

-          Lenin. ¿Qué Hacer? Editorial Pekín. 1975.

-          Mao Tse Tung. Obras Escogidas. Tomo I. Editorial Pekín. 1971.

-          Michel de Foucault. Arqueología del saber. Alianza Editorial. 1969.

-          Hall, Stuart. La importancia de Gramsci para el estudio de la raza y la etnicidad. Revista de Colombiana de Antropología. Volumen 41. 2005.

-          Marx, Carlos y Engels, Federico. Obras escogidas. Tomo III. Editorial Progreso. 1974.

-          Federico Nietzsche. Así habló Zaratustra. Alianza Editorial. 1974.

-          José Carlos Mariátegui. Alma Matinal y otras estaciones del hombre de hoy. Editorial Minerva. 1987.


[1] Hacemos referencia a la burguesía que es enemiga principal del proletariado y por tanto del marxismo. Es esa clase la que desfigura, tergiversa y confunde la doctrina marxista.
[2] Entiendo por marxismo clásico lo desarrollado por Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao Tse Tung. Y no por otros tipos de “marxismo” como es el caso de la Escuela de Frankfurt, el de Althusser, el neomarxismo, marxismo crítico, marxismo del lenguaje o el posmarxismo.  
[4] Ibid. Pág. 32.
[6] Entiendo esto dentro de los supuestos teóricos de Michel de Foucault, que en su obra Arqueología del saber, manifiesta: “Hacer aparecer en su pureza el espacio en el que se despliegan los acontecimientos discursivos no es tratar de restablecerlo en un aislamiento que no se podría superar; no es encerrarlo sobre sí mismo; es hacerse libre para describir en él y fuera de él juegos de relaciones.
[8] Marx, Carlos. La Miseria de la Filosofía. Editorial Progreso.  S/F. Pág. 93.
[10] Mariátegui utiliza este concepto indistintamente como religión, esperanza, fe o creencia.
[11] Frase célebre del filósofo alemán F. Nietzsche. Que se entiende como la eliminación de todo lo sobrenatural, metafísico y aquello que enferma al ser humano.
[13] Ibid. Pág. 24.
[14] Ibid. Pág. 27.
 

El catedrático y sus estudiantes



El catedrático y sus estudiantes

Daniel MORÁN
CONICET - Universidad de Buenos Aires, Argentina



El verdadero maestro no se preocupa casi por la disciplina. Los estudiantes lo respetan y lo escuchan, sin que su autoridad necesite jamás acogerse al reglamento ni ejercerse desde lo alto de un estrado. En la biblioteca, en el claustro, en el patio de la universidad, rodeado familiarmente de sus alumnos, es siempre el maestro. Su autoridad es un hecho moral. Solo los catedráticos mediocres, - y en particular los que no tienen sino un título convencional o hereditario -, se inquietan tanto por la disciplina, suponiéndola una relación rigurosa y automática que establece inapelablemente la jerarquía material o escrita (Mariátegui, 1998, p. 115-116). 


Cómo alguna vez señaló José Carlos Mariátegui en Temas de Educación los maestros y catedráticos casi siempre imponen la disciplina cómo un arma para esconder su ignorancia, la falta de capacidad intelectual y profesionalismo. En otras palabras, tienen una perspectiva obsoleta de la educación, y más aun de la relación entre maestros y estudiantes. Creen que la acción pedagógica debe ser de arriba hacia abajo, en una línea vertical de relaciones donde el diálogo no importa sino solamente la voz monolítica del catedrático. Se impone así una imagen muy conocida: "ustedes no saben nada, yo lo sé todo." Por lo tanto, aquella supuesta falencia de conocimientos en los alumnos legítima a los catedráticos a imponer su vasta cultura en las mentes y en los espíritus de los estudiantes. Y también a criticar todo movimiento de protesta estudiantil como actos violentos de facinerosos sin educación y de carácter cerrado.
La verdadera educación creo que no parte de esas premisas arcaicas e impositivas. La educación es integral, democrática y liberadora. No impone sino dialoga, no genera divisiones sino integra, y todo ello, porque somos seres sociales y aprendemos en sociedad y no únicamente de forma particular. Igualmente, es evidente que la educación es debate y aprendizaje constante y no se imparte desde cuatro paredes y en el pupitre, por el contrario, la educación tiene que ser vivencial, romper las barreras del aula y tener un claro carácter social, que le interese la problemática nacional y obviamente las dificultades propias de los hombres.
No necesitamos, parafraseando a Paulo Freire, de una educación domesticadora y bancaria, sino de una educación problematizadora y de una educación como práctica de la libertad. Porque la idea no es educar para la sumisión y la inoperante, sino para la liberación y la creación (Freire, 1997). Precisamente, se busca que los estudiantes en un diálogo y debate constante con los maestros puedan aprender a aprender y puedan en aquella acción conjunta aprender a pensar. Aquel es uno de los problemas capitales de la educación: las grandes dificultades que tienen maestros y estudiantes para pensar, debatir y crear. No todo necesariamente está en los libros y en las bibliotecas, muchas veces lo encontramos en la sociedad misma (Freire e Shor, 2014). Porque el hombre es un ser social por naturaleza y nuestra principal preocupación y problema debe buscarse y resolverse allí. Sin embargo, casi siempre los catedráticos basan sus cátedras en libros e investigaciones de otros, tienen una cultura libresca donde la repetición de más de lo mismo es la característica central. Y, creo que hoy, no necesitamos solamente catedráticos de pupitre y de tinta y papel, sino, esencialmente, maestros investigadores interesados en la sociedad y en los problemas sociales. Porque si no como vamos a exigir a nuestros estudiantes que sean excelentes profesionales si nosotros no lo somos, ni demostramos un espíritu de actualización e investigación. Docentes enseñando seminarios de tesis sin haberse graduado con tesis, profesores divulgando la historia, la economía o la política sin haber publicado artículos sobre la asignatura, menos aún algún libro importante. La universidad es creación de nuevos conocimientos y no repetición de lo ya conocido. La universidad debe generar entusiasmo genuino por la investigación y no apagar el fuego novel pero luminoso de nuestros estudiantes.
Todo esto es solamente una de las caras de la moneda y del problema. Gran parte de los estudiantes ya no son los de antaño y tampoco tendrían porque serlo, los tiempos cambian dirán muchos, será por el sistema de educación arcaica o por la enfermedad contagiosa de la dejadez y la ignorancia. Ya no les importa la calidad académica sino priorizan el ahorro de horas y las altas notas. Dicen ser alumnos apolíticos cuando esa conducta demuestra precisamente su componente de partido y decisión política definida. Parecen haberse convertido en estudiantes del Facebook y el Google, de la monográfica de la esquina, de los avances superficiales sacados de las redes sociales y sin espíritu crítico menos creativo.
Entonces, de qué estudiantes estamos hablando y peor aún de qué clase de catedráticos que los forman. Estamos en una crisis educativa a todo nivel. Y el problema es de todos, y no de unos pocos, obviamente los intereses del poder político juegan en contra. No seamos ingenuos el Estado no está de nuestra parte y las autoridades creo que tampoco. Busquemos un cambio, cambiando todos, y no sólo con pretextos banales y fútiles que lo único que hacen es aletargar nuestros avances. Rompamos los círculos cerrados y los pensamientos cuadriculados que tanto daño hacen a la educación. Seamos actores y autores de solución de nuestros problemas, de la educación de verdad y de nuestra propia historia. En palabras de Manuel Burga comprendamos en realidad ¿para qué aprender historia en el Perú?, a manera de ensayar una profunda reflexión sobre nuestro destino histórico (Burga, 1993) o, la frase clave de Paulo Freire de que: “la educación es siempre un quehacer político” (Freire citado en El País, 1978). 

Referencias
BURGA, M. (1993). ¿Para qué aprender historia en el Perú? Lima: Derrama Magisterial.
FREIRE, P. (1978). “Entrevista: Paulo Freire: La educación es siempre un quehacer político”, en, El País, del sábado 20 de mayo de 1978, en línea: http://elpais.com/diario/1978/05/20/sociedad/264463223_850215.html Consultado: jueves 16 de junio del 2016.
FREIRE, P. (1997). La educación como práctica de la libertad. México: Siglo XXI editores S.A.
FREIRE, P. e IRA SHOR (2014). Miedo y osadía. La cotidianidad del docente que se arriesga a practicar una pedagogía transformadora. Buenos Aires: Siglo XXI editores S.A.
MARIÁTEGUI, J. C. (1998). Temas de Educación. Lima: Empresa Editora Amauta.